Practicar un egoísmo sano supone cuidarse a sí mismo para
cuidar a otros, ser libre para poder dar libertad, amarse para poder amar. La
palabra “egoísmo” está asociada con una mala valoración y no es para menos, ya
que su significado es “el exceso de yo”, es decir, “un exceso de atención en
uno mismo acompañado por la pérdida de cuidado por el bien del otro”. Todos los seres humanos somos egoístas de
nacimiento, está en nuestro instinto de supervivencia. Es de esperar que, a
medida que crecemos, maduramos y nos socializamos, el egoísmo se vaya
reprimiendo y aflore la empatía, la solidaridad hacia el otro.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” dice le mandato
divino. Sin embargo, hay muchas personas que son educadas en la cultura de la
culpa, y terminan complaciendo o ayudando a otros, incluso, a costa de
postergar sus deseos y necesidades, sólo porque de otro modo se sentirían
culplables.
Entonces, ¿cómo podremos lograr que nuestro egoísmo se
exprese en bien nuestro y en bien de todos nuestros hermanos….? Para
responderle, necesitamos comprender la diferencia entre el egoísmo postivo y el
egoísmo negativo.
HAY QUE CUIDARSE MÁS
Aunque pueda sonar contradictorio, algunos psicólogos hablan
actualmente de un “Egoísmo Sano”; es más, éste es el título de un hermoso libro
cuyos autores son los doctores Rachael y Richard Heller. Allí se explica que
dejar de obrar por y para los demás, olvidarse de complacer a los padres, a la
pareja o a los hijos y dejar de sentir culpa por negarse a prestar ayuda cuando
no se puede o simplemente no se quiere, es la “llave que abre la puerta a la
libertad”.
¿Qué nos están proponiendo estos especialistas?¿Un mundo de
individuos desconsiderados, perversos o indiferentes al dolor? No. El egoísmo
sano enseña que debemos respetar y cuidar nuestra vida para poder ayudar a los
demás de manera auténtica y feliz.
Las personas que nunca se niegan a los requerimientos de los
demás por miedo a que estos las dejen de lado, las consideren egoístas o causen
daño con una negativa, o que para evitar conflictos acceden a todo lo que el
resto les solicite, terminan anulándose a ellas mismas. Estas personas se
valoran poco y nada, desconocen sus propias necesideades y deseos, tienen
alteradas las prioridades, y terminan siendo pisoteadas por los demás, se
deprimen y frustan a la larga.
Vemos entonces, que, así como hay un egoísmo negativo,
también hay una generosidad tóxica o negativa, como la de estas personas.
ETAPAS DELA VIDA
Así planteado el tema, podríamos tener dudas sobre “qué es y
que no es ser egoísta”.
El ser humano tiene en su esencia el egoísmo y también el
altruismo. “Altruismo” es la búsqueda del bien del otro aun a costa del propio.
Al nacer, lo primero que manifestamos es el egoísmo por una cuestión de
supervivencia.
El “egoísmo infantil o primario” se manifiesta en el niño
exigiendo que se le atienda a él para satisfacer sus necesidades, deseos o
caprichos que pueden ser: alimentos, juguetes, limpieza, protección, cariño… Si
no es atendido en forma inmediata, va a expresar su frustración egoísta con
llantos y pataleos.
El adolescente, por su parte, se da cuenta que el método
infantil ya no resulta y, por lo tanto, y descubre el beneficio del trueque:
“Te doy esto si tú me das aquello”. “Te doy mi amistad si tú me apoyas”…. Al
aceptar este intercambio, ambas partes se sienten satisfechas.
Ya en la madurez, es de esperar un “egoísmo altruista”, es
decir, al adulto le reconforta hacer el bien, el ser generoso, el ayudar a
quien le necesita. Es en el aprecio que le dan que encuentra la mejor
satisfacción.
EGOÍSMO TÓXICO
Sin embargo, no siempre el ser humano madura
psicológicamente ni evoluciona espiritualmente como es de esperar. También, hay
personas con graves distorsiones de su crecimiento que se expresan en cuatro
actitudes profundamente negativas.
Actitudes negativas
1.- El egoísmo avaro que no quiere compartir nada con los
demás y bloquea el paso hacia cualquier forma de colaboración.
2.- El egoísmo posesivo o ladrón que anula o restringe el
crecimiento normal de otras personas.
3.- El egoísmo perezoso que se expresa en una permanente
apatía, encerrándose sobre sí mismo. Generalmente, va acompañado de muy baja
autoestima.
4.- El egoísmo manipulador que se disfraza de una fingida
generosidad, pero sólo busca el propio provecho; éste es el peor.
Estas cuatro distorsiones no nos llevan a ningún crecimiento
personal, sino que lo bloquean totalmente. Si nuestro “yo egoísta” no cae en
ninguna de estas cuatro actitudes negativas, entonces nuestro “egoísmo” no es
tóxico, no es pecado.
Muchas veces, hemos escuchado: “No seas egoísta. Eso es un
pecado”. Ahora sabemos que el egoísmo es pecado solo cuando nos encerramos en
nosotros mimos y no estamos abiertos al amor y al perdón hacia el prójimo.
Debemos esforzarnos siempre por llegar a ese “egoísmo altruista” que nos exige
amar al prójimo como a nosotros mismos. Pero, para llegar a él, debemos antes
ejercitar ese egoísmo positivo o sano que no hace amarnos y respetarnos.