La brujería nació con el hombre antes que los dioses. Podemos distinguir dos tipos de brujas: la mujer sabia y la bruja maligna.

La primera, hechicera y curandera, es heredera de la sociedad matriarcal y del culto a las diosas de la fertilidad, con un gran conocimiento sobre las plantas y cuyo poder proviene de la naturaleza. La segunda es una mujer vieja de malas artes que maldice mientras cocina sus pócimas, heredera de la perversión de Lilith y de la lascivia de Lamia.

Desde el origen de la humanidad, la magia aparece como protección ante la adversidad y el desconocimiento del mundo que rodea al ser humano.

Mientras que el hombre se ocupaba de la caza y la defensa del poblado, a la mujer se le dejaba el papel de ejercitar la magia. Ella era la depositaria de los secretos de la naturaleza, transmitidos de mujer a mujer, de generación en generación, las cuales le permitían celebrar ritos propiciatorios y preparar ungüentos para curar heridas o enfermedades. Pero sobre todo esta mujer era la protagonista del mas grande evento mágico: la maternidad.

La relación entre este hecho y la renovación de la naturaleza dio inicio al culto de las diosas de la fertilidad, de las cuales una de las mas antiguas es la Venus de Willendorf.

En todas las culturas mediterráneas han existido representaciones de la mujer como objeto de adoración, desde las que encarnaban al aspecto sexual de la mujer como la Mater mediterránea o la diosa de la fertilidad, hasta las que representaban su lado místico como la sacerdotisa de Cerdeña. Otras como la sacerdotisa cretense, personificaban la perpetuación de la vida.